En margen del estrecho de Øresund yace desde 1913 una pequeña estatua de una sirenita que recibe millones de visitantes al año. Es considerada el monumento más representativo de Dinamarca y de su capital, Copenhague. Pero ese mismo año sucedía algo al otro lado de la ciudad.
En el distrito de Bispebjerg, un arquitecto llamado Peder Vilhelm Jensen-Klint veía con sus ojos como se le adjudicaba el premio para construir un monumento nacional que hace ver a la Sirenita como un pisapapeles. Damas y caballeros, les presento la Iglesia de Grundtvig.
Tengo que confesar que en mi vista a Copenhague tenía como sospecha "posible" visitar la iglesia de Grundvig. Lo digo, porque me habían dicho que era difícil entrar sin reservación. Pero ya había tomado el tren y después de una caminata tuve esta visión frente a mi:
¿No les pasa que ven objetos o lugares que saben que jamás han visto algo así, pero al mismo tiempo se les es familiar? Pues esto me pasó cuando vi a Grundvig por primera vez. Son 76 metros ladrillos dispuestos en un estilo arquitectónico difícil de deducir.
Entonces cruzo la puerta y de repente entro a un lugar que parece sacado de un cuento para oír antes de dormir. Sé que estoy en una iglesia, pero al mismo tiempo es algo más allá de una mera iglesia. Y esto tiene su explicación. Grundvig en realidad no fue concebida como una iglesia. ¿Recuerdan el concurso? Este fue convocado para hacerle honor a la memoria del filósofo y poeta Nikolaj Grundvig, quien sus aportes a la historia y la cultura danesas lo hacían merecedor de un monumento nacional.
Al otro lado, estaba Jensen-Klint frustrado porque quedó de segundo lugar en un concurso en Aarhus. En sus manos entonces cayó este concurso para construir un monumento que buscaba estatuas, arcos conmemorativos o columnas. Vió que era ahora o nunca.
Se presentó al concurso con un proyecto que era veinte veces más caro que el resto de competidores: una iglesia. Su mayor razón de peso era entender a Grundvig desde su raíz: un profundo amante de la cultura danesa, defensor del trabajo artesanal, y un romántico nacionalista. Toma elementos tradicionales de las iglesias de Zelanda y los lleva al extremo. Su idea era crear algo nuevo pero que el danés al verlo se sintiera extrañamente familiarizado.
¿Quieren un monumento que exalte el nacionalismo danés? Pues, tenga. Aquí lo tienen.
Pero contrarias a las iglesias tradicionales, el interior es totalmente desprolijo de cualquier elemento de decoración, más allá de un pequeño barco o la pila bautismal. Y es que en esta iglesia está el diablo y ya sabemos dónde es que el diablo se esconde: los detalles. Seis millones de ladrillos, hechos a mano por seis artesanos elegidos por el mismo Jensen-Klint, y fabricados solamente en Zelanda. Para que entendamos el nivel de obsesión con la perfección, apenas un puñado de ladrillos eran considerados "perfectos" para usar.
¿Era necesario que todos los ladrillos fueran perfectos, así esto hiciera que la iglesia durara doce años en construirse? Para Jensen-Klint, sí. Porque era consciente que el resultado final sería tan limpio, que la gente dudaría si lo que ve es real o no.
La Iglesia de Grundtvig es considerada una de las obras maestras de un movimiento casi imposible de materializar: el expresionismo. La distorsión de la forma para buscar la emoción. Subordinar lo real a una experiencia. Devorar el pasado para concebir lo nunca visto. El expresionismo se basaba en el trabajo artesanal y Jensen-Klint vio que no había oportunidad más perfecta que en un edificio homenaje a Grundtvig, mecenas de las folkehojskol, escuelas que profundizaban en el amor a la artesanía, el idioma y las costumbres danesas.
Al principio pensaba que en un espacio así iba a pasar muy poco tiempo por su aparente monotonía, pero al recorrerlo notaba que lo hacía en círculos porque solamente con cambiar la luz, todo cambiaba. Cambiaba mi estado emocional. Mi percepción del espacio.
Todo porque más allá de lo aparentemente simple existe una sinfonía de complejidades que se dieron en el momento justo: el amor a lo rural y artesanal, la obsesión con la perfección, el entendimiento del personaje histórico que era Grundvig y la rabia de un concurso perdido. Más allá del edificio, Jensen-Klint se atrevió a diseñar las emociones de un espacio empezando desde lo tradicional para llevarlo a lo atemporal. Un lugar tan real como irreal. Un monumento libre al otro lado de aquel monumento de una sirenita arrinconada al borde del mar.