Muy cerca de Barcelona, en un valle que parece demasiado tranquilo para esconder un secreto, hay un castillo en ruinas que carga con una fama oscura: dicen que está embrujado. Que hay ruidos que no deberían estar ahí. Que hay presencias. Que hasta el Diablo lo eligió de residencia. Sea cierto o no, lo único claro es que algo ha consumido a la Torre Salvana, dejándola en pie solo como un esqueleto de lo que alguna vez fue.
Un día cualquiera, de esos en que el clima en Barcelona decide portarse bien, tomé el tren hacia la Colonia Güell. Es un trayecto que muchos turistas hacen para ver uno de los proyectos más curiosos de Gaudí. Pero lo que no todos saben es que, a solo unos pasos, cruzando un arco y saliéndose un poco del libreto, hay un castillo olvidado que parece estar esperando a quien se atreva a mirarlo de cerca.
Llegar es ridículamente fácil. Diría que es uno de los lugares de exploración urbana (urbex, para los del gremio) más accesibles que he conocido. Desde la estación se puede ver a la distancia, como si el castillo no estuviera escondido, sino simplemente ignorado. Y aunque técnicamente está clausurado, no se necesita más que un pequeño rodeo y algo de maña para trepar un muro y estar justo frente a él. Un muro que, por cierto, me dejó un buen recuerdo en forma de rasguño en la mano.
La entrada principal está completamente abierta. Lo que queda del edificio se deja ver sin pena: una fachada vacía, la maleza creciendo como si reclamara el espacio, restos de velas, rastros de lo que parece haber sido algún intento torpe de ritual satánico. Todo tiene un aire de abandono que no asusta por lo paranormal, sino por lo real.
LO CUAL SIGNIFICA QUE HAY QUE ENTRAR
Desde el aire se distingue bien su estructura: una torre defensiva que es la parte mejor conservada, un patio central rodeado de lo que fueron salones de vivienda, y, más abajo, los espacios de servicio y las antiguas caballerizas. Debido al colapso de algunas puertas, hay dos accesos posibles: uno por la zona de servicios y otro que lleva directamente al corazón del castillo.
Es precisamente ahí, en el patio interior, donde se han registrado la mayoría de los sucesos extraños. Hay quienes afirman haber sentido manos invisibles que los agarran por la espalda. Otros cuentan historias sobre misas negras en los pisos superiores, sobre energías tan densas que terminaron por derrumbar el nivel entero.
Yo no creo en fantasmas, pero cuando pasé frente a lo que parecen ser mazmorras, se me erizó la piel. A veces no hace falta ver nada para sentir que algo está mal.
Y fue justo ahí, en medio de esa tensión casi cinematográfica, cuando miré hacia abajo y vi que algo se movía.
Spoiler: no era un fantasma.
Era una pareja, en plena sesión de pasión clandestina. Les arruiné el momento. Lo siento, chicos. Aunque, seamos honestos, no es tan raro. Hay algo en los sitios abandonados que despierta ciertos impulsos. Y muchos exploradores (sí, muchos) han tenido sus momentos íntimos entre ruinas.
Así que no, la Torre Salvana no está necesariamente embrujada. Lo que pasa es que un castillo en ruinas, con historia, al borde de Barcelona, es demasiado buen material como para no convertirlo en una leyenda. Los mitos se construyen fácil: se graba un video, se pone una música siniestra, se le sube el volumen a un maullido de gato y listo. Tienes una historia viral.
Pero lo que de verdad da miedo de la Torre Salvana no necesita efectos especiales. El verdadero terror no está en los fantasmas, sino en el abandono.
Este lugar, conocido desde el año 992 como Torre Elles, fue durante siglos una de las fortalezas más destacadas de la familia Cervelló. En 1297, el rey Jaime II la compró y la mantuvo como propiedad real hasta que, en 1390, fue vendida a la ciudad de Barcelona. A lo largo del tiempo, fue remodelada, reinterpretada, convertida en símbolo. Su torre fue tratada como medieval y la fachada recibió adornos que buscaban hacerla lucir más gótica.
En 1949 fue declarada Patrimonio Histórico. Pero en 2014 entró a la Lista Roja del patrimonio en riesgo.
Hoy, la torre está colapsada. Ha perdido gran parte de su estructura original. Lo poco que queda ha sido saqueado, vandalizado, usado como escenario de leyendas urbanas. Su estado actual no es producto de un hechizo, sino del olvido sistemático.
Y eso es lo que más me impacta.
Normalmente, cuando exploro lugares abandonados, siento que estoy visitando el patrimonio antes de que alguien se dé cuenta de su valor. Pero aquí es distinto. La Torre Salvana fue patrimonio. Lo fue con papeles, con títulos, con reconocimientos oficiales. Y aún así, terminó cayendo.
Este castillo, a solo unos metros de una obra maestra de Gaudí, no necesita demonios para contar una historia de terror. Su tragedia no es paranormal. Es perfectamente real: la de un patrimonio que se desvanece frente a todos, sin que nadie haga nada.